Hola amores espero que estén pasando un buen domingo, yo por mi parte estoy muy feliz de compartir con ustedes este posteo, trata de algo que me paso personalmente a mí y que he visto a personas de mi círculo cercano sufrir de la misma manera que lo yo.
En un posteo anterior hablamos del síndrome del impostor el cual nos lleva a pensar que no somos lo suficientemente buenos en ciertas áreas de nuestra vida para realizar exitosamente una determinada tarea.
Hoy quiero compartir con ustedes mi experiencia con el éxito académico. He tenido la suerte de ser una de esas niñas a las que siempre les ha ido muy bien en su escuela ya sea a nivel primario como secundario, siempre de las primeras de la clase, esas que son destacadas por todos los profesores. Como todos los niños que han estado en mi situación sabrán la aprobación que recibimos se torna en una adicción, sé que esta palabra suena fuerte, pero es así, no encuentro otra forma de describirlo, las buenas calificaciones, las felicitaciones e incluso el pedestal en el que se nos pone desde tan pequeños se vuelve algo adictivo, no conocemos otra cosa y ciertamente no sabemos vivir sin ello.
Nos enfrentamos a un gran problema cuando todo esto deja de suceder, cuando a pesar de largas noches de estudio no conseguimos la mejor nota de la clase o cuando vemos a nuestros amigos tener mejores calificaciones que nosotros. Como buenas personas productivas y perfeccionistas que somos buscamos la solución, tratamos de encontrar el error en nuestro accionar y aunque no es del todo sano nos obsesionamos con volver a tener el mismo éxito que en algún momento tuvimos y deseamos con todas nuestras ansias volver a alcanzar. Pero lamentablemente para nuestra salud mental esto no sucede, sino que cada vez vemos nuestro presente académico empeorar hasta que un día nos miramos al espejo y vemos la etiqueta fracaso escrita por toda nuestra cara, y aunque tratamos de cubrirla o maquillarla esta simplemente se niega por completo a desaparecer.
Cuando los estudiantes estrellas sentimos que perdimos nuestra luz y que no somos capaces de alcanzar el éxito comenzamos a dejar de saber quienes somos. Sé que suena de una exageración considerable, pero juro que no lo es, es tanto el valor que eso tenía en nuestras vidas que en cierto punto eso se vuelve parte de lo que somos, y el valor de una calificación comienza a reflejar el valor que tenemos como personas. Es aquí que toda nuestra vida cambia por completo, ya que hemos puesto tanto peso en una simple calificación que no obtenerla se vuelve una tortura y es aquí donde el síndrome del impostor vuelve a aparecer para hacernos saber que tenía razón, que definitivamente no somos lo suficientemente buenos para estar en el top de la clase o que no merecemos semejante éxito. Dentro de nosotros hay una parte que decide no creerle a esa voz interna que nos atormenta, sino escuchar a una sutil vocecita que nos dice que podemos volver a tener todo lo que teníamos.
No puedo decirles que se vuelve mejor con el tiempo, al menos no aun, yo por mi parte sigo luchando con ello, la única conclusión a la que he llegado en estos meses donde mi mente pelea constantemente consigo misma es que la mayoría de nosotros, valoramos tanto nuestro éxito académico, porque es algo estable en nuestras vidas, o como en mi caso, solía serlo. Creo que escribí este post con el fin de que si alguien lo lee no se sienta solo, yo solía sentir que nadie entendía lo que me pasaba en esta área de mi vida hasta que encontré personas en la misma situación que me acompañan día a día. No sé bien como cerrar el capítulo de esta semana, pero espero que sepan que todo va a estar bien al final, tal vez no seamos las personas más exitosas del planeta, pero tal vez descubramos una manera de ser felices de igual manera.
Hasta el próximo domingo, los quiero
Princesa.